27 julio 2016

... tesoros encontrados.

Soy uno más entre un millón. Una abeja más del panal. Ni más guapo, ni más flojo, ni más facha, ni más rojo. Uno más. Que no ha elegido su función, ni su rumbo, porque sólo ha visto un barco. A la deriva en este mar, como nadie... como todos.
Veo luces, veo sombras, veo gente como yo. ¿O soy yo? Sí, reflejado en el espejo de todos y cada uno que veo a mi alrededor. Se conocen, se creen alguien y no van a despertar. Y cuando duermen sienten que  pueden llegar a un destino absoluto, donde una vez sentados llegarán a su final.
¿Qué se espera de mi?¿Hacia dónde he de partir? Cuando los caminos se cruzan se ha de decidir. ¿Quién me guia? Seré yo quien señale con el dedo una determinación. Un destino, elegido, elegido por mi. ¿Y si fallo? Tengo fuerza suficiente para caer una y mil veces. Caminar, arrastrarme, saltar; todo siempre con la ilusión de conseguir acabar el camino elegido. Duro, sí, pero al fin y al cabo no es más que tierra: cambiante, inestable... no es más que tierra. Y si hiciera falta, verteré mis lágrimas para conseguir barro, y con él haré figuras para marcar mi camino. Lo andado queda atrás. ¿Soy uno más entre un millón? ¿O sómos un millón de unos? Tú eliges. Sólo uno.
Y precisamente por eso te distingues del resto: por hacer de ti uno, único. Un millón de unos. Nadie podrá elegir por tí, y por tanto, eso te hace libre. La posibilidad de fracasar o de triunfar te hace personaje único de un cuento conjunto. Pero sólo tu puedes escribir el guión de tu personaje.

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